La violencia es un rasgo humano: es una defensa necesaria para reaccionar ante un peligro, para conservar la vida ante la adversidad. Se puede desplegar en defensa propia o hacia el otro, sin esa particularidad. Ante del desvío de este tipo de conductas, estamos en presencia de graves conflictos, cuya frecuencia es cotidiana. La mente humana mantiene el mismo funcionamiento a lo largo de la humanidad, aunque fue necesario incluir la adaptación a las sucesivas modificaciones, según las
diferentes épocas. (1)

Habitualmente nos referimos a la acción violenta como aquella que posee la cualidad de contener agresión y a través de su despliegue, exceder el límite o resistencia ofrecido por otro sujeto. Ese acto va dirigido tanto a la mente o hacia su cuerpo. Hay muchas formas de agresión, que se ejercen sobre el otro/vulnerable en forma encubierta. Se puede hablar de un amor violento, de una pasión violenta, de una muerte violenta. Esa intrusión en la vida del otro, contiene un plus de destructividad que suma daño al acto violento. El efecto ocasionado es similar a romper la forma original, intensificada por el ensañamiento y la degradación.

Aquellos sujetos que ejercen la violencia sobre otros, se sienten con algún poder que los autoriza a hacerlo. El que recibe (y padece esas intromisiones) por lo general se halla (a causa de distintas circunstancias) en una posición de inermidad. Generalmente quien recibe la violencia es otro adulto, inmovilizado por la sujeción a un tipo de vínculo (mujer golpeada/hombre golpeador), o por la fuerza por los otros (pandillas, fuerza de seguridad), etc. Otras tantas, lamentablemente; son los niños los receptores de ese trato, victimizado por un adulto del medio familiar o del entorno cercano.

Remitiéndonos al siglo XII con la irrupción de la mentalidad burguesa, se dio lugar a una serie de cambios y con ello el advenimiento de otra concepción humana, basada en la diferencia respecto de los orígenes: la ciudad tenía un origen y el sujeto otro; pues se reunían según la diversidad de las personas caracterizadas en función de sus diferentes procedencias: uno provenía del señorío; otro había sido un esclavo que había comprado su propia libertad; tal otro era un campesino o un artesano; etc. Y aunque se nucleaban en la ciudad (como nuevo modo de vida) cada uno conservaría su origen (como los inmigrantes y su cultura original) dando lugar a la suma de la subjetividad individual, mezclada en la interacción con los otros en el marco relacional que convocaba a todos. Cuando esa cultura y subjetividad proveniente de otro marco referencial se despliega en un grupo o congregación creada para tal fin, logra el marco donde se recrea aquellos hábitos propios y satisfacen al grupo, ya que no pierden sus costumbres: las comparten con pares. Cuando esa cultura y subjetividad tiende a imponerse sobre el grupo de pares o el contexto ampliado sin su consentimiento, los resultados son bien diferentes (hoy tenemos como ejemplo el accionar de E.I.; entre otros)

Violencia y sujeto

El sujeto humano se diferencia esencialmente del resto de los seres vivos, porque su proceder se rige a través de su mente y su adaptación (o no) al principio de realidad. Por esa razón contamos con ciertos espacios mentales. Los de público conocimientos son aquellas instancias llamadas:

  • La conciencia: contiene a los procesos de pensamiento, recuerdos, sensaciones, gustos, disgustos;
  • Lo inconsciente: es portador de multiplicidad de vivencias y huellas, incluidas aquellas provenientes de lo filogenético correspondiente a los fenómenos inherentes a la especie humana. Nacemos con la cualidad de ser sujetos: emplear el lenguaje simple inicialmente y abstracto después; desarrollamos un universo simbólico y en el curso de la evolución nos vamos poblando paulatinamente de dos tipos de expresiones: la verbal (lo que hablamos, contamos, pensamos) y la no verbal (la transmitida por los gestos, los sueños, los actos fallidos, las conductas impulsivas. Son algunas de ellas).

La diferencia entre una y otra instancia es que de la conciencia estamos al tanto de su funcionamiento: tenemos propósitos, proyecto de vida, vínculos, etc. De ámbito inconsciente sabemos muy poco de su contenido y de los efectos sobre nuestra vida cotidiana, la realización de los deseos y sobre todo (y esencialmente) de amores, odios, y sentimientos adversos, que en algunas oportunidades actúan en contra de nuestros propósitos, sin que nos percatemos de ello.

Los sentimientos adversos que nos convocan en este curso es el germen de la violencia, que se ha instalado a partir de vivencias tempranas, se ha soportado pasivamente ese/esos maltratos y a lo largo de la vida van cobrando mayor intensidad y efectividad ya que (también sin saberlo) se arman vínculos con personas que han vivido circunstancias similares, se han familiarizado con la violencia y ya forma parte
de un modo de ser, tanto para uno y el otro, que se eligen mutuamente.

En el aspecto individual, podemos decir que una acción violenta irrumpe:

  • Desde nuestro mundo interno: e incluye lo corporal y mental. Lo observamos en ciertos tipos de sufrimiento constantes, en padecimientos o enfermedades somáticas; en la imposibilidad de beneficiarse en la relación con otros, o en la incapacidad de progresar laboralmente, etc.;
  • Desde el mundo externo: generalmente parte desde las imposiciones a las diversas conductas de la infantil, en función de la inermidad propia de ese momento vital (someter a los niños a situaciones impropias, generadoras de sufrimiento); o a las mujeres por su condición genérica; o traspasando el límite ofrecido por otro sujeto a través de una actitud de mayor fortaleza o crueldad.

Cuando las posibilidades e intentos de tramitar la violencia respecto de uno mismo y el conflicto en sí mismo, resulta ineficaz; el sujeto queda imposibilitado de neutralizarla. Allí se corre el riesgo de que se vuelva contra la propia persona, a través de su terreno más primario: el propio cuerpo y/o sobre la propia mente.

¿Qué es tramitar la violencia?: Es llegar a comprender ese intenso impulso que tiende a la descarga de una tensión con forma de enojo y ataque. El impulso se debilita si se llega a la comprensión a través de preguntas, por ej: ¿qué quiero hacer?, ¿cómo llegué a esto? y otras. Eso daría cuenta de la posibilidad de producir un pensamiento eficaz, encontrando causas, por ej: estoy enojado/a desde aquel día que…desde que me hizo tal cosa…desde la primera vez que promete y no cumple, etc., etc. O girar en torno del mismo fenómeno: ¿por qué me enojó tanto?; ¿porqué siento ganas de golpear?; ¿porqué permito que pegue, que me humille? etc., etc. En ocasiones, se va dando forma paulatinamente a la acumulación de malestar frente a conductas agraviantes, y de ese modo se accede a otra significación: eso es un agravio…no quiero ese trato; esos insultos me humillan, no me los merezco…y así se posibilitan cambios acerca de situaciones antiguas que pueden dar lugar a otro modo de vida. Desde consultar a un profesional psi ante reiterados sufrimientos o frustraciones; evaluar la posibilidad de un divorcio ya que se acabó la ilusión y se convirtió en una decepción, etc., etc.

En el ámbito vincular (en la pareja o en la familia) la relación es amorosa y hostil desde el inicio, como una forma particular de amarse. Luego sobrevienen palabras amorosas con tinte descalificatorio, de uno y otro integrante, ya que ambos integrantes de la dupla ya están vinculados; además de amor hay pertenencia: es ‘mi novio/a’; ‘mi marido/esposa’; ‘mi pareja’ . Esa pertenencia es significa y sobre ella aparecen los ‘nuevos tratos’ con tinte hostil, de rebajamiento de un integrante que supone el
desnivel de lo que inicialmente fue una relación entre pares. De a poco y cotidianamente, se instala el maltrato como un modo natural de amarse y vivir lo cotidiano entre unos sobre los otros.
Cuando el trato violento ha sido vivenciado en la infancia con los padres y los hermanos, quedan huellas (inconscientes) se legaliza como una forma de ser querido y reconocido.

Pero la naturaleza es paradojal (por que no es una elección) y las marcas se observan a través de los siguientes fenómenos:

a) se vivencia la imposibilidad de defenderse con recursos propios de la adultez, ante similares situaciones a agresión. En estos casos, la antigua pasividad infantil (los niños no se pueden defender) se transformó en firmes sentimientos de impotencia, inferioridad, humillación y sensaciones dolorosas: tanto físicas como psíquicas. Cito a Martin Dornes: Los maltratos corporales, con o sin abuso sexual, forman parte a menudo, junto a muchas otras formas de desprecio a la individualidad del niño, de la interacciones cotidianas de estos padres. Los niños que han vivido estas experiencias es como si hubieran
estado a merced de ‘asesinos de almas’ y viven una existencia ‘como-si’. La identidad se fragmenta, como consecuencia de los repetidos abusos . La personalidad que se desarrolla en estas circunstancias vitales, llega a la adultez en medio de una ‘vida dolorosa’ con la certeza de que es el único modo de vivir;

b) (puede ocurrir lo contrario) hay facilitación para agredir y lastimar; ofender y humillar. Este grupo etario es el que generalmente, tiene problemas legales, con condenas, y reincidencias. Así que también se desarrolló un estilo de vida, que aparentemente no incluye ‘una vida dolorosa’ para hay incompatibilidad con los pares: se dio lugar a una inutilidad en la relación con los otros (de los que por una u otra razón hay que separarlos).

Desde el punto de vista social (prohibiciones excesivas, despojos, ataque a la libertad individual, etc., etc.) la violencia puede llegar al arrasamiento del sentimiento de pertenencia de un conjunto de sujetos o una parte de la comunidad; sometidos/atacados por parte de otro conjunto o de otra parte de la misma comunidad con un poder habilitante para ello . El intento de quitarles participación o pertenencia es a causa de ideas o pensamientos diferentes; o separarlos del empleo, suprimiendo las buenas condiciones del mismo; o la expulsión del país a que pertenece; o los asesinatos considerados como sistema de castigo, etc.

En estas sociedades existe una crisis de identidad, provocada por reiteradas confusiones relacionadas con el hecho de que la comunidad es la misma para todos incluyendo el rasgo dispar: las profundas diferencias étnicas, religiosas, políticas, económicas, las cuales añaden sentido a la diferencia sexual y generacional.

Muchas veces a lo largo de la historia del mundo, hubo tiempos donde emergen/emergieron coyunturas político-sociales que posibilitaron a un estado nominarse como nacional/oficial/imperial, con una forma encubridora del verdadero empleo del poder conferido por el/los cargos, para atacar humillar o despojar, a un segmento de esa de esa misma comunidad que padece cierto grado de vulnerabilidad. El mayor grado de violencia social es aquella perpetrada haciendo uso del poder del estado hacia el/los ciudadano/s: los robos institucionalizados; los asesinatos o abuso de trato en los lugares de detención; la represión o aniquilamiento (por ejemplo, el holocausto); etc., etc.; de un sector social con poder hacia otro, que en ese momento pasa a quedar en estado de inermidad (y queda expuesto al sometimiento
concomitante).

Cuáles son las consecuencias? El daño a la subjetividad individual y a las familias. Las circunstancias vivenciadas por las personas que han sufrido un holocausto, están en relación a las formas de violencia que despojan a la subjetividad y reducen al sujeto a la nada, a la impotencia absoluta de defensa. Se incluye el abuso económico, o religioso o las pérdidas de las pensiones económicas que se otorgan a la franja poblacional de cierta edad.

Entonces, la violencia en uno de los espacios, el social por ej, desencadena violencia en otro, el familiar. El daño se suma, se extiende al grupo y actúa más allá del mismo; en lugares insólitos; se reproduce en la escuela, con los maestros y profesores y entre los mismos niños; por ej. En la actualidad el fenómeno llamado bullying es frecuente, preocupante y por el momento, muy difícil de solucionar.

La violencia entre adultos

Violar es un término derivado de violencia y se refiere a sobrepasar los límites por parte de una persona a otra. Los límites del Yo de ese otro son desestimados; no se toma en cuenta la negativa de ese otro frente a la intrusión. Se infringe dolor y daño, sin otorgar la opción de defensa. La acción violatoria tiene doble efecto: corporal y mental.

El significado de la violación sexual entre adultos, además de vulnerar al sujeto más débil, deja una marca en el narcisismo que es difícil de sobrellevar porque al soportar penosamente la intrusión no permitida, emergen sentimientos del tipo de la vergüenza, la humillación y la autoinculpación. Se incrementa el miedo y aislamiento. El acto de denunciar el hecho padecido es muy importante para quien lo puede hacer, ya que permite extraer desde el interior del psiquismo, el resto de confianza que le queda respecto de pedir auxilio a otro ser humano (y así recomprobar que no son todos iguales). El trato adecuado frente a esos ataques, de parte de las autoridades que participen en dicha ayuda es decisivo; tanto del personal policial, como de la salud y la justicia será de elevada importancia para sobrellevar ese duelo y restaurar la autoestima dañada, vejada. No hay que olvidarse que esa víctima tramitará a solas el aspecto personal: relacionado con su propia historia, con su identidad, con sus complejos, con aquellas formas de su personalidad, que tendrá que reparar ante el daño recibido y fortalecerse cicatrizando esa herida. De lo contrario, puede volverse en contra del propio sujeto (es un mecanismo hostil llamado, la vuelta contra sí mismo). Naturalmente, la asistencia psicológica es fundamental en estos casos.

Dinámica psíquica de la violencia

La violencia está determinada por una base pulsional (es un fuerte impulso) que designa un modo de vida diferente de los otros hijos/niños que crecen al amparo de otro trato familiar. Más arriba habíamos hablado del ‘germen’ de la violencia, y surge allí: en ese momento preterido de la vida. Y afecta también a las otras condiciones de producción de la subjetividad: al desarrollo del pensamiento, a la creatividad; a los vínculos sociales.

Al receptor de la violencia se lo identifica como ‘la víctima’. Al ‘victimario’, productor de maltrato, también se le establece una modificación en la subjetividad: se convence que está haciendo lo correcto. El Yo (del perpetrador) desde el punto de vista psicológico, no soporta hacerse cargo de estos hechos, y entonces los reviste de razones que le permitan justificar y tranquilizarse respecto de su conducta habitual. El objetivo es quedar relevado de la culpa, o de la responsabilidad del daño, por los actos crueles realizados.

La posibilidad de cambiar el sentido y los efectos de violencia, es un trabajo mental: a través de la elaboración del significado hostil (no amoroso) y de la acción orientada a la comprensión de la gravedad de la misma. En la cotidianeidad, que implica lo social, los temas de conversación de nuestros grupos sociales de pertenencia escuchamos: ‘no podemos hacer nada’, ‘hagamos algo’, ‘el poder tiene tal fuerza que no vale la pena enfrentarse’, o ‘es mejor identificarse con el consumo’, ‘ya pasará, mucho no va a durar’, ‘que puedo hacer yo’… etc. Son expresiones que resultan de una identificación con el discurso de una gran parte del conjunto, que tiene una notable fuerza inoculatoria y que deja por fuera del sistema a un amplio grupo de personas. Que a su vez tratan de explicarse porqué les ha ocurrido tal cosa, en un intento de aliviar la angustia que será progresiva en tanto no vuelva a incluirse en el circuito productivo y
elevar su autoestima.

Ante los hechos generadores de intensa impotencia, puede aparecer una conducta relativa a las ‘convicciones’ Ej; ‘yo argentino’ (quiero decir, estoy al margen), ‘soy comunista por eso no apoyo esto o lo otro’; ‘odio el dólar porque soy patriota’…etc., etc.). Esas justificaciones están al servicio de aliviar la angustia, y explicar el fenómeno; pero verdaderamente son formaciones ideativas, cuyo sentido es preservar al yo de ese tormento cotidiano, de ese malestar de la cultura, relativo a la incapacidad
de crear y realizar.

La convicción (que es como una idea fija) es un intento de defensa ante la vivencia de amenaza; pero disminuye la capacidad de observación y de pensamiento útil acerca de la relación entre el Yo (la propia persona) y esos efectos destructivos mencionados.

Cabe agregar que a la violencia perpetrada por otro sujeto en circunstancia asimétrica (donde uno es el más fuerte) y la vida de la víctima corre riesgos, la mente humana ofrece recursos notables: uno de los más conocidos es el ‘enamoramiento’ de perpetrador. Esa forma de erotización que emerge en la persona torturada/violentada está al servicio de mantener la vida (aunque sea un cualidad desconocida para quien
la atraviesa).

En las familias violentas hay que realizar un trabajo interdisciplinario, que les permita re-significar (encontrar otro significado) a las relaciones humanas, dándole cabida a lo amoroso, por sobre el aspecto hostil y violento: aprehender esas sensaciones les da la posibilidad de encontrar otras formas, obteniendo el placer de otro modo. Eso generará nuevas marcas psíquicas. El cambio logrado, modifica la destructividad y se da la posibilidad de vínculos nuevos, con la aceptación de las semejanzas, las diferencias, y se accede a un proyecto común: enriquecedor y saludable.

Inevitablemente si alguien ataca la subjetividad de otro pierde su propia cualidad de sujeto. Esto trae como consecuencia la intensificación de la ira; esa irritación hacia el otro muchas veces se vuelve en contra del Yo y hacia la familia de origen. Puede ocurrir que se vuelva contra el país de origen (si hablamos de lo social), lo cual lesiona aún más al sujeto en su sentimiento de pertenencia, así como en su
sentimiento de identidad.

Es un hecho de observación corriente que nadie acepta que posee la capacidad de hacer daño: sino que tiene que recurrir a ciertas convicciones que justifican esas acciones. Aparecen como formas de pensamiento, se basan en generalizaciones, en simplísimas explicaciones reñidas con la complejidad; pero que avalan la intolerancia a lo que el otro hace, es y piensa; que es diferente de la forma propia de ser, pensar y hacer.

Bibliografía

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