En el siglo XXI la mayoría de las personas estamos al tanto de la existencia del fenómeno emocional/familiar llamado Complejo de Edipo. Este complejo despierta una interacción relativa al primer triángulo amoroso por el que atraviesa el ser humano: el amor por el padre y la madre entre los cuales se incluye. Cuando digo ‘entre’ es que con la evolución del desarrollo libidinal, de pronto en los niños/as todo lo que era paz y armonía con ambos padres, toma un giro inesperado: uno de los dos (según del sexo que se trate) despierta un especial e intenso impulso amoroso. Y al mismo tiempo, se despierta un especial e intenso impulso hostil hacia el del sexo opuesto.

Hay que resolverlo de un modo que preserve la integridad del niño/a; no es cuestión de que por un amor, se pierda al otro ya que ambos son necesarios para la vida (más abajo explico este complejo en detalle). El camino obligado (saludable y esperable) es la renuncia a la intensidad de ese amor (tanto a la madre como al padre) y transformarlo en un amor tierno, compatible con la necesidad de mantenerlo, de recibir su cuidado y su sostén para seguir creciendo. La renuncia a la intensidad de ese amor genera fantasías a modo de sustitución: cuando sea grande elegiré uno como papá, o una como mamá y el complejo se reprime, junto con las fantasías. En la niña ese intenso amor por su padre implica no solo lo exclusividad (quiero a papá para mi sola) sino también el deseo de tener bebés con él. Pero como no puede, ya que perdería el amor de su mamá se reprime la renuncia y el deseo (queda en lo inconsciente en estado de ‘latencia’).

Dicho complejo se reedita en la adolescencia, donde el/la joven están habilitados por la madurez a la vida sexual y al acceso a la reproducción, ya en el contexto de mundo externo, donde elegirán a quien se los posibiliten. Como se darán cuenta el deseo inconsciente de tener un hijo remite a una fantasía muy primaria, que se reedita con la madurez en ambos sexos. Con importantes diferencias en cada uno, por supuesto. El camino a seguir es separarse del mundo familiar e ir en busca de la exogamia en el mundo externo. Irrumpe la atracción por un semejante y de pronto aparecen sensaciones nuevas y también, muy intensas. Se arma la pareja y resurgen las fantasías que en este momento de la vida toman la forma del momento generacional: algunas se reeditan al estilo de lo vivenciado en el Complejo de Edipo y otras se
desean de modo diferente, novedoso.

Generalmente se un  vínculo más complejo: la familia, con sus derivados (los hijos). En ocasiones, según las vivencias tempranas; no solo relativas a lo edípico, sino también al trato y cuidado relacional familiar, se rechaza la idea de familia e hijos. Esto ocurre en el caso de una infancia atravesada por circunstancias traumáticas o de escaso cuidado. Cuando los niños (varones o nenas) se sienten prematuramente en soledad respecto del cuidado de sus padres; desaparece la contención que aún necesitan se instala una huella (inconsciente) de vacío; de desamparo. Llegados a la adultez, aparece el rechazo a la idea de tener hijos, para evitar exponerlos ese vacío que han transitado de acuerdo a su propia experiencia. Como toda situación conflictiva, algunos pueden repensarla, revisarla y modificar esa antigua vivencia de desamparo, teniendo hijos y amparándolos; y otros no.

El valor simbólico:

El hijo/a es una extensión del yo, de uno mismo; y sobre ese hijo/a recae un legado; pero en este caso no nos referimos a los bienes, sino a las aspiraciones, deseos, y reparaciones de daños padecidos en la propia infancia (como señalaba más arriba). Ese deseo del hijo/a (o no deseo) contiene los determinantes inconscientes, resultantes de las circunstancias histórico biográficas de cada quien. También es abarcativa del contexto histórico social, del que somos partícipes a causa de los procesos identificatorios, que forman parte del bagaje intrapsíquico.

La representación mental: El deseo maternal

Tiene dos componentes:
a) el deseo consciente, es el que se refiere a la voluntad de tener aquello que queremos. Cuando se trata de los hijos, tenemos en nuestro haber un imaginario: cuantos niños nos gustaría tener; a partir de cuándo; o tener uno sólo; o preferir a los varones (o a las mujeres) o varones y mujeres; etc. Al poder desplegar los procesos de pensamiento sobre este deseo lo podemos reformular: esto sí, esto no; etc., etc.

b) el deseo inconsciente que está asociado a las representaciones mentales relativas al hijo (tanto para el que será el padre y/o la madre). La diferencia es operan de modo oculto (sin que lo sepamos) y se superponen a las decisiones ‘pensadas’. A veces se nos presentan contradicciones, y cuando eso ocurre tenemos que lleva adelante el trabajo de comprenderlas, de hacerlas coincidir. El deseo inconsciente se relaciona directamente con las huellas que han quedado impregnadas respecto de la experiencia como hijo/a (como se dijo antes).

Si se investiga en las personas que no han tenido hijos (en ambos sexos), generalmente se confirman vivencias infancias displacenteras, carentes de la felicidad propia de la niñez. En la mujer que vivió y creció sorteando las circunstancias traumáticas ya señaladas, se complica aún más; porque falló el mecanismo identificatorio amoroso con la madre, que es el más poderoso al momento de reeditarse como ‘madre’.  

En el hombre el mecanismo identificatorio en cuanto al deseo del hijo, cursa por vías diferentes. La madre, ese primer personaje y tan amado (y necesitado por ambos sexos) al inicio de la vida, la tiene y la disfruta incondicionalmente. Pero en el transcurso de un breve tiempo vital; también se le plantea el conflicto con las ‘intensidades’ del amor y la posesión. Allí interviene el padre con su presencia, sus cuidados amorosos estimulándolo hacia la exogamia y al placer de estar juntos. Recuerden cuanto disfrutan padre e hijo/s los juegos y actividades de ‘varones’. Es más sencilla la renuncia a ‘mamá toda para mí’. Podría decirse que la fantasía mediadora es la temporalidad: “cuando sea grande voy a buscar ‘una como ella’. Lo que se la planteará en la adultez es la reedición de la circunstancia amorosa, placentera con la mujer que elige y que se entregará a su amor presente. A nivel mental se le planteará el trabajo de recrear ser padre, recuperando aquellas antiguas sensaciones de amor, placer y rivalidad vividas en esos tiempos pretéritos de la niñez.

El hombre y la paternidad dan cuenta de otra temporalidad, de otra formación mental; es poco común que el varón fantasee prematuramente con ‘ser padre’. En cambio, en la mujer es una de las primeras fantasías y anhelos; las que son visibles con mucha claridad en sus juegos. En los casos habituales, una vez que la concepción se concretó, allí se despliega el aspecto simbólico que envuelve al acto de tener hijos; le sigue la puesta en marcha de la función materna, que será particular y específica para cada mujer.

Plantea una importante tarea de reorganización de la vida como había transcurrido hasta ese momento: conlleva a hacer renuncias (temporales) a ciertas actividades, al interés puesto en el mundo externo; ya que necesariamente, se centrará en el cuidado, la atención y la interpretación de las necesidades de su hijo/a que (se espera) la colmará de amor y felicidad.

La maternidad: Su presentación mental

Ser madre implica una modificación del narcisismo y otra posición en la subjetividad. Comenzamos describiendo la instauración del deseo (expresado más arriba) y ahora vamos a detallar otros fenómenos; sentidos conjuntamente con el embarazo y que van dando cuenta de un nuevo estado mental: el pasaje de la individualidad única a la vivencia del otro ser, en sí misma primero; al nacer después. Esas transformaciones evolutivas generalmente son automáticas, suceden de modo natural. Se diferencian de
los cambios acaecidos en la infancia que son visibles y cuantificables. En la mujer conjuntamente con la concepción del hijo y el desarrollo de su embarazo, esta vivencia tan especifica; se despliega una entidad mental de mayor simbolización (el pasaje que señalamos antes).

Para ser madre (desde lo psicológico) es necesario poder relegar a un segundo plano el ‘lugar de hija’, aunque nunca se pierde ese lugar, naturalmente. Es esperable que se modifique su jerarquía. Janine Puget (1) habla de las paradojas de la mente, que son necesarias para la individuación y para acceder efectivamente al nuevo estado subjetivo: «durante el embarazo la hija necesita a su madre que le aconseje, que la haga madre concretamente”… (ya recibió ese don por el mecanismo de identificación; ahora se materializará); …”que la madre impulse a su hija a ‘maternizarse”. Así también ella modificará la jerarquía maternal en pos de acceder al nuevo estado: el abuelazgo (tema que no vamos a desarrollar aquí)….

Seguimos con la cita: “Al mismo tiempo la hija ya madre, rivaliza con su propia madre a modo de mostrarle: este es mi hijo/a, y busco mis propias iniciativas en relación a mi modo maternal”. Conjuntamente con instala ese nuevo estado mental: ser dos (ya no está sola, hay otro dentro de ella). Por eso (generalmente en los primeros meses del embarazo se observa un cierto retraimiento de la realidad habitual). Aparecen las curiosidades sobre el sexo, sobre el impacto de visualizarlo con estudios (la ecografía). Se complejiza la preparación del entorno que lo recibirá: desde la habitación donde
residirá, los enseres pertinentes; se entrecruzan nombres, y otras aspiraciones.

Después del parto, será quien sostenga la entrada al mundo del infans cambiando notablemente su hábitos. El recién nacido, que se caracteriza por su fragilidad, desamparo y desvalidez requerirá sus energías y dedicación. Además del surgimiento del fenómeno biológico (el amamantamiento) que además de nutrir al bebé biológicamente, también tiene su correlación simbólica. Tanta demanda está
ocasionada por la indefensión del bebé humano y enorme dependencia del entorno.

La novel madre tiene el imperativo de interpretar esas necesidades primarias vitales, identificándose con el hijo; estrenando la función de ser objeto auxiliar (especialmente en madres primerizas). El amor y la felicidad le darán sostén y alegría. Podrá intuir en su hijo la propia indefensión originaria. Con esos cuidados en interpretaciones alimenta su vida y mundo simbólico.

¿Qué es eso de «universo simbólico»?

La satisfacción de las necesidades otorga calma a las tensiones y un plus de placer. Se puede vivir sólo con calma, sin placer extra. Después tendremos noticias de esas eventualidades en el futuro despliegue de la conducta en los tiempos posteriores. Ese aparato psíquico inicial admite y reclama ese plus; se convierte en algo imperativo y proporciona mutuo placer. D. Winnicott (2) nos dice que ‘si la madre mantiene estas conductas estables con el hijo pequeñito y posee un equilibrio mental suficientemente bueno como para desarrollar la función materna desde la forma más adecuada, es improbable que
emerjan conflictos de intensidad preocupante”.

Continúa aportando: “El imaginario femenino del fenómeno mental relativo a la maternidad, lleva a la mujer a ingresar a un estado denominado “preocupación maternal primaria”…. en el cual los sentidos se concentran en…”una sensibilidad inclinada hacia el embarazo y especialmente al final del mismo…que dura unas cuantas semanas después del nacimiento del pequeño…” (2) . Ese estado es re-organizador ante la nueva circunstancia vital; el eje se centra sobre sí misma, su nueva función y los requerimientos inmediatos.

También Donald Winnicott (2) cita acerca de las complicaciones, como un hecho comprobable respecto de la imposibilidad de algunas mujeres de acceder a ese “estado de dedicación”.
Para el psicoanálisis, el hijo/a es siempre una expresión narcisista de ambos parteners y en la madre, concreta el deseo de extenderse más allá de su cuerpo, de vivir otras vidas, más allá de la suya. El desvío de esta función ( en ambos cónyuges) es fuente de conflicto.

La madre inicialmente se fusiona con su bebé, se identifica; se despliega un ‘sentir con’ y así satisface sus necesidades y da lugar a lo simbólico. (3) En este punto, es muy importante la presencia del padre en cuanto al sostén de esta nueva dupla madre/hijo; a su puesta de límites, en el sentido de recuperar a su mujer de esa simbiosis. Esta una separación progresiva y esperada; es un indicador del retorno a su lugar conyugal y ahora enriquecido, por el maternal. Para el hijo, el padre tiene el valor de la terceridad: es ese tercero, que también aporta significaciones, pero de otra naturaleza.

El puerperio

Si bien el puerperio es un estado de público conocimiento, tiene vicisitudes que vale la pena detallar en este curso, ya que son fuente de complicaciones, según el caso. Tiene varias significaciones:

a) abarca a la recuperación física y anímica respecto del parto. El cuerpo retorna a su estado anterior desde los órganos comprometidos y aparecen nuevos procesos, como el amamantamiento. Puede vivirse con placer, con dolor o con mecanismos defensivos (Ej: esto no paso, yo no estuve embarazada, no hay
bebé cuando se lo hace desaparecer);

b) la recuperación anímica. Vale describir que mientras está embarazada la mujer es el centro de las miradas y atenciones. Generalmente es una circunstancia vivenciada con placer y alegría y se prepara para la etapa siguiente: luego de dar a luz, que la cosa cambia. Cuando hubo conflicto relativos a la concepción y el embarazo, el puerperio suele ser fuente de problemas. En ocasiones, de mucha gravedad.

c) en las circunstancias habituales, este período dura un tiempo (no se establece taxativamente) y luego la mujer retoma sus funciones previas; ya incorporó a su vida el modo de cuidar a su/s hijo/s, se organiza y la vida sigue. Se agregó complejidad a la cotidianeidad y en el mejor de los casos, puede ser repartida entre ambos padres.

Las complicaciones

Si la mujer carga con la huella mental de displacer y descuido en tanto ha vivenciado una infancia infeliz, el primer emergente es la falta de ganas de repetir la experiencia: no desea ser madre. A veces la mujer está al tanto respecto de sus sentimientos negativos respecto de la maternidad y puede aceptarlos; y/o luchar contra ellos. En otros casos los desconoce, y los efectos (mudos/inconscientes) relativos al rechazo
se transpolarán a la constitución física y a los componentes del cuerpo femenino, con sus órganos internos, que obstaculizarán el alojamiento y sostén a ese hijo por-venir. Es un cuerpo que complica el proyecto de maternidad, que no acompaña al deseo y que hay que tratarlo: tanto desde el punto de vista médico como psicológico. El observable común es la dificultad de embarazarse.

Los hijos son representados en ocasiones como productos propios, retoños del propio deseo. Se entiende que sea así porque se trata de una gratificación narcisista, que amplía la experiencia vivencial, y es la mayor puesta a prueba (el ser madre o padre) de ponerse en el lugar del otro, de tratar de entenderlo/a; de tener paciencia y tolerancia.

Otra fuente de conflictos se observa en aquellas ocasiones, donde la mujer/futura madre, se considera la única fuente de cuidados y sustento, con la convicción de que ese hijo es de su propiedad: sólo ella sabe mejor y más que nadie como criarlo. Cuando  esta conducta se establece como premisa, se complica en la relación con el padre y su función a desarrollar.

El ejercicio de la paternidad está ligado tanto a obligaciones como al placer proporcionado por la nueva función paternal; también se fortalece su masculinidad, ya que generalmente se siente orgulloso de ‘ser padre’ y es todo un desafío descubrir los sentimientos que ello le suscita. Para finalizar, el deseo parental incluyen las identificaciones de género que se relacionan con los mensajes inconscientes relativos a la masculinidad/feminidad, y desde allí se pondrán en marcha las aspiraciones y los ideales respecto de cómo desearían que sea ese hijo/a.

Bibliografía

  • PUGET, JANINE – “Psicoanálisis de Pareja” (2003)
  • WINNICOTT, DONALD – “Escritos de Pediatría y Psicoanálisis” – (1958) –
  • “El recién nacido y su madre” 1964 – Paidos – Bs As

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